El estudio de GFK y Simon Anholt, experto en identidad e imagen, evalúa la potencia y el atractivo de cada ciudad y ofrece una perspectiva holística basada en cinco dimensiones:
La primera es la presencia, el estatus y prestigio internacional de la ciudad y ese nivel no se consigue sin ser muy activos, sin ofrecer eventos permanentemente que genere un posicionamiento de la urbe en el competitivo mapa mundial de las ciudades líderes, de las ciudades-estado.
Hay una dimensión que es clave y es la que agrupa el aspecto exterior de la ciudad, facilidades de transporte, nivel de los servicios públicos y un hospedaje accesible. Es esencial que la ciudad funcione notablemente para los residentes porque es síntoma de que el gran espacio de convivencia para una comunidad de millares de personas está abierto a los viajeros y a los inversores. Cada gobierno local debe trabajar arduamente en que la vida sea un conjunto de facilidades que atraigan desarrollo.
Otro elemento clave es la gente: diversidad cultural, amabilidad, seguridad. La idiosincrasia de una sociedad atrae o repele. El viajero y el inversor buscan espacios abiertos y nada endogámicos para disfrutar o proyectar sus inversiones.
El pulso de una sociedad es vital para evaluar una urbe. Las cosas interesantes que hacer. Una ciudad proactiva, con iniciativa, con creatividad, con eventos que reinventan constantemente la imagen de esa ciudad aporta la atracción que hoy está faltando al 90% de las urbes del mundo.
Y por último el potencial de la localidad, es decir: las oportunidades económicas y educativas de que dispone. Es la dimensión más compleja porque, a veces, crear esta dimensión demanda décadas de esfuerzos continuados con una línea de inversiones públicas y privadas muy coherente.